martes, 1 de abril de 2014

Viaje Padre-Hijo 6°, San Antonio, Tx.

Hola a todos!

Agradecemos la colaboración de Daniel Motilla, papá de 6° y 10° que nos compartió su experiencia en el Viaje que se realizó a San Antonio:




Padre e hijo

                                                                                              Daniel Motilla


A las once y media de la noche comenzaron las despedidas y las bendiciones. Antes de abordar el autobús, las familias entramos al oratorio para pedir un buen viaje: caras alegres, niños emocionados por una aventura escolar, en esta ocasión, acompañados por sus padres.

Todos listos para arrancar desde el punto de encuentro, San Luis Potosí: nuevas despedidas, otros saludos por la ventana. El desplazamiento durante la madrugada convirtió al transporte en una mecedora-carretera.

Amanecimos: ¿en dónde estamos? Ah, Saltillo, más o menos. Acabamos de atravesar una caseta y alcancé a percibir un letrero que decía: “pan de pulque”, seguro que todavía estamos en México. Avanzamos entre la inmensidad de las montañas y un cielo que parece compartir con nosotros el augurio de felicidad debida a la convivencia con la familia y los amigos.

Unos minutos después, despertaron algunos compañeros, levantan la cortina, el sol concita el arco iris. Se escuchan los niños recién despojados del sueño, el ruido de las envolturas del almuerzo.

Seguimos adelante durante horas y, al fin, tocamos la frontera norte: cinco autobuses en espera, largos minutos de cultivo de la paciencia franciscana. En cierto momento, nos ordenan bajar con nuestros atavíos: hacemos fila, fotos grupales,  niños inquietos; se abre otra ventanilla de atención y parece avanzar con lentitud el trámite del permiso de internación a los Estados Unidos.

El transporte se detiene para repostar gasolina, una oportunidad que aprovechamos para comer en una pequeña plaza comercial: niños hambrientos, niños inquietos, padres pacientes, padres con sonrisa de oreja a oreja.

El camino parece no tener fin, seguimos las conversaciones, otros van rezando, otra revisión: un oficial se sube, inspecciona los papeles, amable nos desea buen viaje.

Continuamos el viaje; pero el colmo, un accidente deriva en una larguísima fila de autobuses y carros, las llantas giran despacio, mientras tanto se proyectan películas de diferentes directores y géneros, para los distraídos pasajeros que llevamos 18 horas de camino, un camino que se hace difícil comprender.

En la recepción del hotel se asombran de ver tanto chiquillo. ¿Son todos una familia?, preguntan. Sí, claro que sí. Nos dan la llave. Todos a dejar sus cosas y a regresar para cumplir con la primera actividad: una guerra de las galaxias con espadas láser, una serie de laberintos para correr, esconderse y atacar, divertidas luces.

Por la noche, visitamos un restaurante mexicano donde sirven comida en porciones gigantes, a las 12:45 h regresamos al hotel.

Amanece. No hemos podido levantarnos, la jornada ha estado intensa, apenas hemos descansado cuatro horas. Son las 7:20, apurados subimos al autobús para ir a misa, el chofer perdió el rumbo y nos condujo a un oratorio. No hubo misa, sólo visita.

Después pasamos a desayunar, a pasear por el centro, entramos al Museo del Álamo y al Museo Ripley de lo increíble, luego a compras de recuerdos.

Renovados, continuamos con el recorrido por el zoológico: aves, peces, hipopótamos, cocodrilos, leones, tigres. Enseguida, a brincar, un partido de básquet bol entre los Spurs y Lakers de Los Ángeles, en un estadio con una tecnología impresionante, porras, gritos, furor, cantos.

Al día siguiente, una mañana húmeda y fresca, a misa en la Catedral de San Fernando. Silencio. Asombro ante tan maravillosa obra arquitectónica. El sacerdote nos esperaba, cantó un coro a la Virgen, fotos a la salida cerca del River Walk.

Ya con maletas en el autobús, al parque de diversiones Six Flags, los niños emocionados, los papás asustados. Llegamos temprano, y aunque parecía que amenazaban las nubes, después se compuso el cielo. Un juego tras otro, giros, filas, caminatas, espera, una montaña rusa sin fin: papás cansados, niños con pilas recargables de emociones y aventuras y sustos.

Una última parada en la plaza comercial. Disponemos del tiempo suficiente para el diálogo fecundo hasta las nueve de la noche. Logramos regresar conforme a lo planeado. Después reparamos las fuerzas en un restaurante italiano, un momento de descanso. En Walmart adquirimos algunas cosas necesarias para el viaje de regreso. Ya era la una de la mañana, entretanto se reunían los compañeros, nos dieron las dos. Empieza el tortuoso camino, tocamos la frontera a las seis am: cuatro horas de espera y apenas nos movimos unos cuantos metros.
        
El conductor se desvió de la ruta para buscar una vía alternativa. A cada momento preguntamos ¿en dónde estamos? Piedras Negras, Coahuila, la desolación en la carretera, una ruta larga muy larga, parecía que no tenía término la aridez del paisaje. Es el norte, sin duda, se veía muy muy lejos nuestro destino, nuestro hogar. Ánimo, nos decíamos, ya falta menos que al principio. En ciertos momentos, bajamos un rato para estirar las piernas, cenamos en un paradero de comida mexicana, qué felicidad.

Llegamos a la una de la mañana, después de 24 horas de viaje, nunca me había dado tanto gusto entrar en mi ciudad, a mi casa, una oportunidad de convivencia y luego el retorno al hogar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.